domingo, 22 de mayo de 2011

Perú o la elección irracional

El Mundo. es America.
Gina Montaner Miami.

Falta menos de un mes para que se celebren elecciones en Perú y las proyecciones de estos comicios han sido más diagnósticos médicos que análisis estrictamente políticos. Cuando en la primera vuelta salió vencedor Ollanta Humala con su rival Keiko Fujimori pisándole los talones, Mario Vargas Llosa afirmó que era como elegir entre el sida y el cáncer.
Lo cierto es que el próximo 5 de junio la mayoría de los peruanos acudirá a las urnas como el enfermo terminal que aún conserva la ilusión de salvarse, pero debe elegir la menos mala de las alternativas. Desde que Humala y Keiko se quedaron a solas en este duelo, entre el electorado se ha abierto una brecha insalvable que, de algún modo, el premio Nobel de Literatura se ha encargado de definir: los que, como Vargas Llosa, creen que el nacionalsocialista Humala será menos dañino que la heredera del nefasto legado que dejó Alberto Fujimori.
En el otro extremo se sitúan quienes están dispuestos, como el novelista Jaime Bayly, a darle un voto de confianza a la candidata de Fuerza 2011 antes de arriesgarse con un ex militar golpista que en las elecciones de 2006 tuvo como mentor al bolivariano Hugo Chávez.
En los bloques que se han formado en torno a estos dos polémicos personajes, cada día se elaboran discursos convincentes que pueden cambiar el péndulo del voto de los indecisos en una contienda que se presenta muy reñida. Tanto es así, que por momentos en las encuestas Humala toma la delantera y poco después es Keiko quien lo aventaja.
La población se comporta como una legión de enfermos crónicos dispuesta a resignarse al padecimiento que le inflija menos dolor. Lo que está claro es que en cuestión de semanas el país amanecerá como un gran ambulatorio sin vacuna contra los males que encarna su clase política.
Confieso que, a diferencia de Vargas Llosa y Bayly, elocuentes y resueltos en sus encontrados planteamientos a la hora de recetar la opción menos venenosa, me sentiría incapaz de sugerirle al paciente un camino u otro. O sea, Humala como metáfora de virus mortal o Keiko como símil de metástasis. La gravedad del asunto invita a actuar como el médico que no se inclina por un tratamiento y fuerza al paciente a tomar la decisión. Y es que la conciencia individual es lo que finalmente prima. Esa es la belleza y el vértigo del modelo democrático.
Cada ciudadano acude a las urnas solitario y libre con el propósito de diseñar su destino. Un destino que, paradójicamente, en ocasiones voluntariamente lo transformamos en un callejón sin salida. El próximo 5 de junio los peruanos se asomarán a dos variantes de un laberinto: uno, el de Humala, podría llevarlos por el tortuoso sendero del totalitarismo revolucionario que le inculcó su padre, el ideólogo radical Isaac Humala. El otro, el de Keiko, podría conducirlos a un revival del gobierno corrupto y autoritario que su progenitor, hoy encarcelado, encabezó con mano de hierro. Dos contrincantes unidos por la fuerte impronta de la figura paterna.
En 2008 el economista estadounidense Bryan Caplan publicó 'The myth of the rational voter: why democracias choose bad policies'. La tesis de Caplan es que los electores, lejos de pensar en el bien de la sociedad, tienden a identificarse con políticos que son reflejo de sus más arraigados prejuicios. O lo que es lo mismo, el pensamiento irracionalmente racional. Un síndrome peligroso del que no se han librado los peruanos.

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