Desde tierras españolas
tras doce horas de vuelo
persiguiendo el Sol de Lima
llegamos a su aeropuerto.
Recogimos las maletas,
subimos al autocar
y nos largamos veloces
al circuito de Inkacar.
Cual Fernando Alonso patrio
en Montecarlo limeño
sorteábamos el tráfico
con arrojo y con empeño.
¡Qué rebufos, qué adelantos,
qué apuradas de frenada!
Nuestro chofer parecía
reencarnado en Nikki Lauda.
Así llegamos volando
a San Isidro, al Meliá,
con la hora cambiada
y empanada de jet-lag.
Ello no impidió que algunos
en la noche triunfaran,
el Comando Bob Esponja
de la marcha peruana.
¡48 horas señores!
al pie del cañón, vencieron
alentados por su ardor
y pisco-sour guerrero.
El día siguiente fue
el de la historia y belleza
un tiempo para admirar
en Lima antigua y eterna.
Tiempo de risa y yantar
con colegas y familias
con amigos peruanos
al son del mar y la brisa.
¡Qué riquísimo ceviche,
qué deliciosas las causas,
qué sabrosa está la carne
y qué buenas son las papas!
Vinieron después visitas
a los hermanos de armas
que nos abrieron sus puertas,
Ejército, Aire, Armada.
Y vimos un país pujante
que con determinación avanza,
un prometedor futuro
con orgullo y esperanza.
Así que, gracias, amigos,
por calidez y atención
permítanme que recuerde
el himno de su nación.
“Que seamos siempre libres
y antes niegue sus luces el Sol
que faltemos al voto solemne
que la Patria al Eterno elevó”.
Y con esa sola voz
que estos días nos hermana
pido que griten conmigo
¡Viva el Perú y Viva España!
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